Mi niño ya desde sus primeros años aprendió la destreza de llevar un tarro de leche abierto sin que se derrame, pues nuestra situación económica no nos permitía gastar en tarros enteros por día.
Salíamos de casa diariamente los tres a las 6:20 a.m., nosotros hacia la universidad y nuestro bebé a casa de tía, donde me lo cuidaban hasta que terminara mis clases universitarias por la tarde. Luego, recogíamos a nuestro hijo y volvíamos a casa para cuidarlo por la noche, lavar sus pañales y, a la vez, estudiar para las clases o exámenes del día siguiente.
Es sabido que las carreras afines a la salud son muy estrictas, y para mí fue un desafío muy grande sacar adelante a mi niño y hacerme profesional.
Los pensamientos a veces nos llevan a la negatividad. Sobrepensar situaciones por la preocupación y tensión que vivíamos, sumado a que mi esposo y yo no podíamos bajar el esfuerzo diario, pues teníamos como meta hacernos profesionales. Pero nuestra motivación diaria y principal era nuestro niño.
Fueron años muy duros de resistencia emocional, pero ver su carita y oír de sus labios decir «mamá» era mi motivación diaria para no decaer. Me mantenía firme, incentivando con el ejemplo que todo es posible con esfuerzo y determinación si así lo queremos.
Vivencias de validación
Cuando tenía a mi hijo, aproximadamente a los 2 años, empezamos a llevarlo a la universidad. Mientras oíamos clases teóricas, le enseñé a pintar en hojas del cuaderno. Los profesores se sorprendían al verlo tranquilo, sin molestar a papás, porque le enseñamos que nosotros estudiábamos para luego más tarde poder independizarnos.
Era el engreído del salón de clases; nuestros compañeros lo llevaban a comprar galletas, jugos, lo hacían jugar. Siempre tuvo expresiones de estima en la universidad que ayudaron a fortalecer el autoestima.
Al ser estudiantes universitarios y habernos casado con solo 20 años, no nos permitió ser independientes desde el inicio de nuestro matrimonio. Por lo que tuvimos que vivir en casa de mamá.
Aquí la situación era diferente, pues mamá no solo no podía cuidarme a mi niño porque trabajaba a tiempo parcial, sino que también seguían las preferencias o trato desigual, ya no solo entre sus hijos, sino ahora entre sus nietos.
Lo que me hacía preguntarme siempre si valía la pena soportar tanto, mientras me sentía impotente de no poder darle a mi niño lo que merecía: una estabilidad emocional, donde viera igualdad de trato también con él.
¿Qué aprendizajes me llevaron a subir la autoestima?
Los fines de semana, que no tenía clases, tenía que hacer las mismas labores de casa que hacía la empleada del hogar que mamá tenía en ese entonces. Pues como yo vivía «castigada» por haber salido embarazada, decía que para eso servía, o también su frase: «¿Te gustó? Ahora aguanta, te costará sangre, sudor y lágrimas.» Pues, como en aquellos años los pañales eran de tela, cada noche los refregaba y solía salirme sangre de los puños, pues aprendí a lavarlos con la guía de mi abuela materna, ya que mamá no me enseñaba ni a lavar ni a cocinar. Solo se limitaba a decirme que estaba castigada siempre y dar órdenes .
Muchas veces lloré de impotencia, otras de cansancio físico y también por cansancio mental. No me parecía justa la manera en que me seguía tratando, y que luego haya traspasado a mi niño y esposo, quien solo callaba ante las veces que podía decirle lo que nos apoyaba, dándonos el cuarto y comida.
Todos teníamos que obedecerle. Allí no había opción de dar opinión, porque no era tomada en cuenta. Siempre se hacía lo que ella quería. Me costó muchísimo salir de la falta de amor propio y sumisión con la que crecí, pues veía que las cosas no cambiaban, sino empeoraban. Yo ya quería decir mi verdad, pero no era permitido. Siempre fui la malcriada que quería contradecir, pero jamás se pensó: «Ella también tiene voz, opinión, y es su derecho darla y escucharla.»
¿Qué es la autoestima en resumen?
Para que mi hijo tenga el mismo trato que mis sobrinos y fortalezca su autoestima, yo tenía que hacer algo a cambio. Nunca fue nada gratis, pero si decían a mi niño que era para llevarlo a pasear. Él no supo lo que mamá tenía que pasar en silencio para que él pudiera disfrutar de momentos de ocio que sus papás en ese momento no podían darle o eran muy limitados.
Cuando inicié mi etapa de trabajo rural, ya mi hijo podía quedarse en casa con mamá y mis sobrinos, con quienes así como hubo momentos buenos también, en su mayoría, hubo malos. Sobretodo por la desigualdad de tratos y preferencias obvias que habían. Así y todo, siempre se seguía haciendo lo que mamá decía y, yo, al no saber decir basta ya, esto no está bien, hice que acatara su decisión de no volver tan seguido a casa después del trabajo, sino quedarme en casa de una tía.
Luego comprendí que era para no ver las desigualdades en casa y yo, sin poder defender a mi hijo, pues cuando las veía, lo defendía y trataba de hacerle entender a ella que no estaba bien, pero era en vano. Me partía el corazón verlo llorar porque le quitaban los pocos juguetes que nosotros podíamos darle o su bicicleta, pues él tenía que ceder, porque tenía que dársela al sobrino mayor.
Conclusión
Con el tiempo y en mi camino de vida, aprendí que cada quien da lo que tiene internamente en su corazón. Y que si podemos cambiar de perspectiva de vida, si así lo queremos, pero si las personas están cómodas en el narcisismo o a gusto haciendo sentir menos a los demás, pues no lo logran. No permitas que nadie te haga sentir menos, que eres chiquita al lado de ellos.
El maltrato verbal sí afecta, porque desde mi experiencia de vida, me fui creyendo que no valía nada, que solo servía para las cosas de la casa, que no era inteligente, que no tenía voz ni voto. Estas inseguridades desde la infancia me llevaron a no quererme, a permitir muchos malos tratos, humillaciones, y creer que era “normal”, pues ya estaba acostumbrada a este ritmo de vida. Lo raro para mí era oír una frase bonita, de aliento, menos aún oír un «te quiero», «eres importante.»
Quizá por eso mi falta de validación fue mellando en mi ser e hicieron mi camino de vida accidentado, pero con muchos aprendizajes y lecciones de vida que ahora agradezco, porque me enseñaron a tener fortaleza, a ser resiliente y valiente.
Desde mi vulnerabilidad emocional aprendí que los malos momentos no son eternos, que siempre está Dios guiando nuestro camino, que aquellos pensamientos negativos de autoboicot ya no existen. Pasé de pensar que todo me salía mal, o que no valía ni tenía sentido mi existir, a aprender en mi proceso de transformación que con paciencia y sabiduría podemos cambiar. Todo es posible en esta preciosa vida y, sobre todo, que soy importante y valiosa primero para mí misma y luego para mi entorno más cercano.
En mi presente trato de dominar mis pensamientos, de no sobrepensar para no tensionarme con suposiciones que quizá no sucederán. Pues en el proceso también se viven momentos en que podemos retroceder, pero ese vaivén de emociones nos pone a prueba, nos permite abrazar nuestro camino y tener la seguridad de que todo pasa por algo, que por más oscura que sea la noche, siempre amanece.
Hoy, al recordar y escribir estas vivencias que me fueron de utilidad para fortalecer mi autoestima, me pregunto: ¿Qué versión de mí estaría orgullosa de mi proceder? ¿Qué le diría hoy a la persona que fui ayer?
Si te sientes identificada con alguna parte de mi historia sobre la autoestima o abrazas la incomodidad, te invito a seguir este blog, donde encontrarás vivencias y aprendizajes que nos enseñan que sí es posible pasar de ser víctimas a protagonistas de nuestra propia historia.